Un desnudo sobre el escenario no es novedad. Un morreo gratuito, tampoco. Pero por lo que sea, al teatro reivindicativo le cuesta sacudirse el vicio de recorrer a los trucos sorpresivos de siempre. Aunque hay que poner contexto: Los bancos venden sandwicheras y chorizos (título totalmente ajeno al contenido, otra pirueta novedosa más) nace dentro de un marco universitario: de una asignatura de creación a subirse a un escenario, que no es poco. Y por eso siempre hay que animar: no es pecado de los jóvenes querer inventar la rueda ni creer que patentan la palabra revolución.
A nivel escénico, la cosa ya va a mejor: texto dinámico, participación del público, diversidad de recursos, buen uso de símbolos y simbolismos. Logran remover y agitar al espectador de su asiento. Hurgan y exigen hurgar la verdad del franquismo. Probablemente, esta sea la única verdad que realmente cuestionan. Porque para la religión, el mercado laboral y el capitalismo bastan pequeños titulares ideológicos para dictar sentencia: todo malo, malísimo. Pero por suerte, la obra llega a tiempo de descubrirnos lo que solo pocos saben: ¡estamos alineados con, por y para el sistema!
A esta joven compañía, hay que reconocer tanto su buena fe para hacer justicia -que no venganza- como el trabajo documental para cumplir con el propósito, dignamente escenificado, de poner luz sobre el actual -y eterno- status quo político. Buena suerte para su futura gira por España: puede que no solo logren remover al espectador de su asiento, sino que además, lo hagan levantar para aplaudir con las orejas…o para marcharse.
